No debemos olvidar la importante labor protectora ante infecciones, epidemias y pandemias que juega una naturaleza bien conservada. Tiene que ocurrir una catástrofe como la actual para que algunos traigamos el banco de datos y escarbemos entre la literatura científica otra vez y encontremos razones más allá de la ética para conservar la biodiversidad.

Hasta ahora, prácticamente la única conexión que se ha hecho entre el coronavirus y la ecología o el medio ambiente ha sido la reducción de emisiones de gases con efecto invernadero. Debemos pensar que hace diez años atrás la ciencia revisó y comprobó el papel protector de la biodiversidad ante virus parecidos e incluso mucho más peligrosos que el coronavirus. Una única especie, Homo sapiens, está haciendo desaparecer la biodiversidad global: estamos amenazando ya a más de un millón de especies. Esto es tan preocupante como paradójico, ya que a los múltiples beneficios de la biodiversidad se suma uno clave, especialmente en estos momentos: nos protege de enfermedades infecciosas. La existencia de una gran diversidad de especies que actúan como huésped limita la transmisión de enfermedades como el coronavirus o el Ébola, sea por un efecto de «dilución o de amortiguamiento».

Cuando un ecosistema está intacto y sin perturbar, todas las especies de ese ecosistema están presentes, incluidos los patógenos; éstos, sin embargo, están “diluidos” gracias a la gran diversidad de especies presentes. Cuando el ecosistema se perturba, unas pocas especies se pueden volver extremadamente abundantes y, cuando eso sucede, sus patógenos también se vuelven extremadamente abundantes, dado el exceso de alimento. Eso facilita la aparición de brotes de enfermedades. El «efecto de dilución o amortiguamiento» es, entonces, el efecto que tienen los ecosistemas bien conservados de “diluir” a los patógenos, y es nuestra mejor defensa ante las enfermedades infecciosas emergentes.
El efecto de amortiguamiento de la biodiversidad en el contagio de patógenos al ser humanos se demostró para el caso del virus del Nilo y la diversidad de aves hace más de quince años.

En este siglo, con la simplificación a la que sometemos los ecosistemas, eliminando especies y reduciendo procesos ecológicos a su mínima expresión, estamos aumentando los riesgos para la salud humana a gran escala. Virus del Nilo, gripe aviar, fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, virus del Ébola, enfermedad por virus de Marburgo, fiebre de Lassa, coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), virus de Nipah, enfermedades asociadas al henipavirus, fiebre del Valle del Rift, virus de Zika y muchas enfermedades más son zoonosis que figuran en la lista de enfermedades prioritarias, establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2020. Todo esto forma parte y es consecuencia del cambio global, es decir, de la injerencia voluntaria e involuntaria, directa e indirecta, del ser humano en los sistemas naturales del planeta.

No sólo la biodiversidad nos protege de los virus. Los ecosistemas estables y funcionales lo hacen en general y de múltiples formas. Pero la función protectora de los ecosistemas se está debilitando con el cambio climático. Es particularmente preocupante en este sentido la pérdida de hielo y de suelos congelados. Con el calentamiento global los hielos, simplemente, se funden y al hacerlo liberan todo tipo de gases, muchos de ellos con un potente efecto invernadero. Además de gases, liberan virus. La fusión de un glaciar chino ha liberado 33 especies de virus, 28 de ellas completamente desconocidas para la ciencia y con potencial de infección a humanos. La fusión de los suelos permanentemente congelados (permafrost) de las zonas boreales está liberando virus y bacterias muy peligrosos para el ser humano tal como se vio por ejemplo hace unos años con los brotes de Ántrax en Rusia. Se teme que no sean casos aislados: se han descubierto fragmentos de ARN del virus de la gripe española de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska y se piensa que cepas virulentas de viruela y peste bubónica están también enterradas en Siberia. El calentamiento global y otras formas de alteración de los ecosistemas como la minería, están exponiendo y reactivando bacterias resistentes a antibióticos y virus antiguos potencialmente peligrosos para nuestra salud.
La mejor estrategia, la más eficiente, la más sostenible, la más viable, es rodearnos de ecosistemas saludables, funcionales y ricos en especies. Tan obvio que se nos olvida.

En el video que comparto se explica, oralmente en inglés con subtítulos en español, el valor de la conservación y la importancia de que los ambientes naturales posean su biodiversidad mantenida.